Los europeos le hicieron el vacío, pero a nosotros, los judíos, debería preocuparnos el discurso del líder iraní
Sever Plocker
www.ynetnews.com
Traducción de Manuel Talens
El persa empezó a pronunciar su discurso y los diplomáticos europeos salieron de la sala en tropel. Así podría resumirse lo que a los telespectadores israelíes les pareció la participación del presidente iraní en la conferencia de Ginebra contra el racismo, también llamada “Durbam II”. Una gran victoria diplomática.
Fue, desde luego, diplomática, pero no necesariamente una victoria.
Es verdad que los países del Primer Mundo hicieron el vacío a su discurso o bien se esfumaron de inmediato. Pero las circunspectas delegaciones del Segundo y Tercer Mundos permanecieron sentadas escuchando a Ahmadineyad.
Los representantes de la mayoría de la humanidad, el 80% de ésta, prestaron atención a sus palabras, pronunciadas con el logotipo de Naciones Unidas a su espalda. El discurso llegó también a los hogares de cientos de millones de personas. El desfile de quienes se ausentaron de la sala de conferencias también fue retransmitido, brevemente. Diplomáticos blancos elegantemente vestidos. Todos blancos.
En su discurso, al igual que en sus anteriores apariciones públicas, Ahmadineyad presentó una metódica doctrina que podría conducir a una solución armónica y original del conflicto israelo-palestino. Sus argumentos suenan escandalosos, falsos, distorsionados, incendiarios y antisemitas a nuestros oídos (y a los de la mayoría de la ilustrada opinión pública global… por el momento). Sin embargo, para otros, lejos de Europa, suenan como la voz de la justicia reprimida.
Una partición fundamentalmente injusta
He aquí la esencia del discurso del presidente iraní, que más nos valdría conocer al dedillo: fuera o no exclusivamente judío el holocausto durante la segunda guerra mundial –y podemos asumir que no lo fue, desde luego no hasta el punto que pretenden los sionistas–, los judíos lo explotaron y utilizaron cínica y astutamente para justificar la expulsión de los palestinos fuera de su patria. Mediante maliciosas manipulaciones y con la ayuda de acaudalados grupos de presión, los judíos sionistas explotaron el sentimiento de culpabilidad de la Unión Soviética, Usamérica y los Estados europeos, propiciando que apoyasen uno de los mayores robos de la historia: el plan de partición de Naciones Unidas y el establecimiento del Estado judío.
Dado que aquella decisión de Naciones Unidas nació mancillada por una injusticia original, es nula y sin ningún efecto desde el punto de vista moral. La entidad sionista establecida pecaminosamente en Palestina se ha caracterizado desde el principio por el racismo y la explotación, que fueron en aumento con el paso del tiempo. Dicha entidad terminó por convertirse en el foco de la iniquidad global y en el factor primordial de desestabilización del planeta.
Hoy en día, con el cambiante equilibrio de poder que existe en el mundo, ha llegado la hora de anular formalmente la vergonzosa decisión de la partición, tomada en 1947, que otorgó tierra árabe a un puñado de judíos. En su lugar, Naciones Unidas debería adoptar una nueva decisión, basada en lo siguiente: un referéndum organizado entre todos los "habitantes de Palestina" sobre su futuro. Serán invitados a participar en dicho referéndum los musulmanes que actualmente residen allí, los que residían antes de la ocupación sionista, sus descendientes y los cristianos y judíos nacidos en Palestina.
Cambio en el procedimiento de voto de Naciones Unidas
El discurso pacifista iraní se compromete a aceptar la decisión mayoritaria surgida de dicho referéndum. Por lo tanto, no se trata de ningún ruido de sables nuclear ni de una declaración de guerra contra los sionistas, sino más bien de una justa y democrática solución que se llevará a cabo pacíficamente y con el consenso internacional.
En el caso de que el Estado judío quede abolido como resultado del referéndum, los judíos no estarían amenazados de exterminio ni de un segundo holocausto. Se les permitiría integrarse en el gran Estado palestino como grupo religioso con derechos civiles reconocidos, incluso muy superiores a los que protegen a los judíos iraníes. Los musulmanes, contrariamente a los nazis, harán todo lo necesario para salvaguardar a la minoría judía que permanezca en Palestina tras los resultados del referéndum.
Lo único que queda por hacer es cambiar el procedimiento de voto de Naciones Unidas: los cuatro mil millones de personas que residen en Oriente Próximo, Asia, África y América Latina son la mayoría y merecen que se las reconozca como tal. Irán les servirá de portavoz, es decir, hablarán por la boca de Ahmadineyad.
El tiempo se acaba
En el Segundo y Tercer Mundos, el discurso del presidente iraní no suena ni delirante ni estúpido (tampoco entre la izquierda europea radical). Muy al contrario, se lo considera legítimo en el interior de los confines del discurso poscolonial: la solución a una injusticia histórica causada por Naciones Unidas en 1947.
Una solución de paz, coexistencia y democracia. También posee algunas similitudes con los acuerdos de Sudáfrica y de la antigua Yugoslavia. Y en cuanto al carácter sacrosanto de los acuerdos internacionales, ¿acaso los acuerdos de Yalta sobre la división europea no fueron anulados?
Esta vez, la diplomacia israelí se las arregló para incomodar ligeramente al presidente iraní y logró que algunos Estados del Primer Mundo rechazasen tanto al personaje como su mensaje. No está mal, pero es muy poco. ¿Puede hacer algo en los tiempos actuales el gobierno israelí para frenar la “solución de Ahmadineyad”? Lo que sí podría hacer es aprovechar la oportunidad que se le presenta de negociar acuerdos de paz con los palestinos y con regímenes árabes moderados para salvaguardar el Estado de Israel.
Sólo hay que fijarse en quiénes se quedaron a escuchar el discurso de Ahmadineyad para darse cuenta de que el tiempo se acaba.
Fuente:
Sever Plocker es editor de economía y miembro de la junta editora del diario israelí Yediot Aharonot.